Había una vez una niña, que esperaba mucho del mundo, creía en el mundo, pero todo le quedaba grande. Todo menos sus sueños. Descubrió que ella podía manejarlos, podía hacer lo que desease, podía imaginar el paraíso en ellos. Así que soñaba, huía del mundo en su ilusión, en su paraíso. En su paraíso donde las balas no la alcanzan, donde se aleja del mundo, donde las lágrimas no existen, donde el mundo es su paraíso. Y cada noche, junto con la puesta de sol, ella esperaba paciente, para poder volar hacia el paraíso. Donde el mundo no es mundo, y ella puede volar.
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